La ayuda mutua, los comunes y la abolición revolucionaria del capitalismo

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Revisando la diferencia entre ayuda mutua y caridad

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Se ha hablado mucho de la distinción entre caridad y ayuda mutua. La caridad es descendente y unidireccional, mientras que se supone que la ayuda mutua es horizontal, recíproca y participativa. En la práctica, sin embargo, la mayoría de los proyectos de ayuda mutua autodenominados siguen siendo esfuerzos más o menos unidireccionales para proporcionar bienes y servicios a personas necesitadas.

Esto ha contribuido a una situación en la que las organizaciones sin ánimo de lucro convencionales se están rebautizando con el lenguaje de la «ayuda mutua», mientras que algunos anarquistas han renunciado por completo al concepto, hartos de una retórica que algunas dicen equivale a que «la ayuda mutua es buena y radical, y la caridad es mala y conservadora».

¿Hay algo más que esta distinción? ¿Cómo liberar el potencial revolucionario de la ayuda mutua?


¿Es suficientemente mutua?

¿La diferencia entre caridad y ayuda mutua es simplemente que la ayuda mutua implica reciprocidad? Esta proposición plantea algunos problemas.

En primer lugar, en un mundo en el que los recursos se distribuyen de forma tan desigual, ¿sólo es posible la ayuda mutua entre quienes tienen un acceso similar al tiempo o a los recursos, de modo que sean capaces de corresponder? ¿Es la ayuda mutua un trueque disfrazado? ¿Están en deuda quienes se benefician de la ayuda mutua? ¿Cómo podemos determinar si nuestra ayuda es lo suficientemente recíproca?

Una persona mayor que ha dedicado su vida a cuidar de su comunidad debería poder salir de Food Not Bombs con una bolsa de bollos sin que nadie acusara a los organizadores de hacer mera caridad. Del mismo modo, debería ser posible recibir tratamiento de voluntarios con conocimientos médicos aunque uno no pueda proporcionar a cambio un tratamiento comparable. La idea de la ayuda mutua no es establecer un mercado en el que la gente intercambie servicios voluntarios, sino crear un común en el que todos las personas participantes puedan satisfacer sus necesidades sin llevar la cuenta. A largo plazo, el objetivo es crear una situación en la que todo el mundo sea libre de hacer lo que más le apetezca y pueda compartir los frutos de sus actividades con todas las demás sin necesidad de compensación. Esto es lo que llamamos una economía del regalo.

Cuando la gente puede hacer lo que más le gusta, en lugar de verse obligada a malgastar su vida en tareas que no le interesan, hace falta mucho menos para sentirse próspera. Por el contrario, quienes buscan beneficiarse a costa de los demás descubren que ninguna cantidad de riqueza material es suficiente para satisfacerles.

La economía del intercambio enmarca la vida como una competición entre oportunistas que maniobran para ser más listos que los demás con el fin de controlar trozos de un mundo fragmentado. El libre comercio, el libre mercado, son oxímoron: cuando la especulación puede doblegar a todas las personas y a todo a sus prerrogativas, al final nadie es libre para centrarse en otra cosa. La economía del intercambio impone una escala de valores unidimensional, según la cual todo puede valorarse y comerciarse. Hoy en día, este marco se ha apoderado de todas nuestras relaciones y medios de supervivencia. Por eso hay tanta gente empobrecida material, social y emocionalmente.

La economía del regalo prevalece allí donde la gente puede compartir cosas libremente sin llevar la cuenta. En la economía del regalo, los participantes reciben más cuanto más regalan, no sólo porque la generosidad tiende a engendrar más de lo mismo, sino también porque regalar es su propia recompensa. Cualquiera que haya compartido una verdadera amistad o haya asistido a una fructífera reunión de amigos ha visto que, cuando se presenta la oportunidad, los seres humanos vuelven con entusiasmo a esta forma de relacionarse.

Lo que es «mutuo» en este contexto no es la reciprocidad en sí, sino que las actividades permitan a la gente dar y recibir libremente, fomentando relaciones sin medida.

Pero si ese es nuestro objetivo, el listón está mucho más alto que la mera reciprocidad. Para conseguirlo, tendremos que hacer algo más que redistribuir los recursos. Tendremos que fomentar un sentido generalizado de la agencia y la iniciativa y la fe en el valor de compartir y, en última instancia, recuperar el control colectivo sobre partes de nuestras vidas y nuestro mundo que el capitalismo nos ha arrebatado. Esto proporciona un mejor criterio para evaluar el éxito de los esfuerzos de ayuda mutua que simplemente cuántos bienes cambiaron de manos.


Más allá del individualismo

En el peor de los casos, la ayuda mutua actual es un bucle de señales en el que personas extrañas publican peticiones individuales de dinero, una tras otra, con la esperanza de recibir donaciones anónimas. Las personas pobres suelen ser más generosos en proporción a sus medios que los ricos, pero si la ayuda mutua significa simplemente pasarse el mismo billete de cinco dólares desgastado en un círculo, probablemente no bastará para resolver nuestros problemas. Del mismo modo, si la ayuda mutua sólo recauda recursos que van directamente a los bolsillos de los terratenientes y los cobradores de deudas sin hacer nada para avanzar en la lucha contra su poder, puede que nos ayude a sobrevivir en esta sociedad, pero no nos ayudará a cambiarla.

Si hay algo que criticar al marco de la ayuda mutua tal y como se entiende actualmente es que no cuestiona necesariamente la lógica subyacente del individualismo capitalista. El propio lenguaje parece presuponer entidades distintas en algún tipo de intercambio: «Yo te dirijo mis seguidores en las redes sociales y tú me haces Venmo».

El capitalismo nos aísla como competidores en un juego de suma cero. Con una mano invisible, privatiza a la fuerza recursos que antes eran compartidos; con la otra, desintegra comunidades, dividiéndonos en individuos atomizados con necesidades mutuamente excluyentes. Hoy en día, muchas personas nunca han conocido otra cosa que esto. En consecuencia, sólo pueden concebir la ayuda mutua como un medio de redistribuir los recursos entre los individuos, no como una forma de hacer causa común para cambiar nuestras vidas. Pero mientras todas las personas persigan una concepción individualista de la riqueza, nunca habrá suficiente para todas.

Mientras consideremos el éxito como un logro individual y no como la prosperidad de nuestras comunidades, seguiremos aislados y alienados, como los sociópatas multimillonarios a los que pretendemos emular.

La ayuda mutua puede ser mucho más que un escenario en el que la gente compite para complementar su salario con donaciones. Eso es un tratamiento sintomático -aliviar los efectos del problema-, mientras que nosotras tenemos que abordar la causa.

En el mejor de los casos, la ayuda mutua nos transforma en lugar de limitarse a satisfacer nuestras necesidades1. Debería ampliar nuestras nociones de lo que es posible y cambiar la forma en que priorizamos dónde centramos nuestra energía, permitiéndonos resolver los problemas colectivamente. En lugar de competir por limosnas, necesitamos construir bienes comunes que nos permitan prosperar mediante prácticas colectivas.

Bien entendido, el procomún no es un conjunto discreto de recursos. Es más bien una consecuencia del comportamiento colectivo: los bienes comunes surgen como resultado orgánico de formas de relacionarnos que no imponen escasez artificial ni jerarquías de acceso y control. En este sentido, el procomún está intrínsecamente fuera del control de la burocracia y el Estado2 La extensión del procomún no viene determinada por la cantidad de recursos designados como tales, sino por la eficacia con que una comunidad determinada es capaz de producir y compartir recursos mediante una actividad colectiva igualitaria, y de defender esas prácticas, idealmente de forma contagiosa.

La creación de bienes comunes también debería ayudar a resolver un problema que ha asolado a los grupos de voluntariado y al sector sin ánimo de lucro durante décadas. Pedir a la gente que se dedique al activismo o a la organización comunitaria sin ninguna compensación por sus esfuerzos suele limitar el abanico de personas que pueden participar en esas actividades a quienes ya gozan de una posición económica holgada; pero pagar dinero a la gente por sus contribuciones crea una situación tóxica en la que la gente compite por el control de los recursos y, como en la economía capitalista, hay pocos incentivos para hacer cosas que no sean rentables. Lo mismo ocurre con las organizaciones sin ánimo de lucro que dependen de la financiación y, por tanto, deben priorizar sus actividades en función de lo que recompensa el mercado y monopolizan el crédito de los proyectos incluso cuando han participado otras personas.

La solución es que los esfuerzos colectivos produzcan bienes comunes que beneficien tanto a las personas participantes como a todas las demás, y que tengan más que ofrecer a todas cuanta más gente participe en ellos.

¿Es realmente posible? Sí. Veamos cómo.

Material gráfico de las ilustraciones de NO Bonzo para la obra de Peter Kropotkin La ayuda mutua: un factor de evolución.


Los que tienen el problema son los mismos que tienen la solución

La idea revolucionaria en la base del concepto de ayuda mutua es que las personas que tienen un problema pueden resolverlo por sí mismas trabajando juntas.

El poder de esta proposición se ilustra con suficiente claridad en Alcohólicos Anónimos, el ejemplo clásico de una sociedad de ayuda mutua a la antigua usanza. A primera vista, la idea de que las personas alcohólicas puedan ayudarse mutuamente a dejar de beber puede parecer optimista al abstemio medio. De hecho, nadie está mejor preparado para ayudarles a dejar de beber: nadie entiende realmente los retos a los que se enfrentan, ni nadie está tan motivado para ayudarles. Millones y millones de personas han conseguido la sobriedad gracias a esta estructura.

No es casualidad que Alcohólicos Anónimos se organice como una red completamente voluntaria y autosuficiente, sin autoridades, medios de vigilancia ni representación mediática o política. Las personas fundadoras del programa se basaron en los escritos de Peter Kropotkin sobre la ayuda mutua cuando diseñaron su estructura, que sigue mostrando la influencia de Kropotkin en la actualidad.

«Cuando entramos en AA, encontramos una libertad personal mayor que la que conoce cualquier otra sociedad. No se nos puede obligar a nada. En ese sentido, nuestra Sociedad es una anarquía benigna. La palabra ‘anarquía’ tiene un mal significado para la mayoría de nosotras. Pero creo que el idealista que propugnó por primera vez el concepto pensó que si se concediera a los hombres libertad absoluta y no se les obligara a obedecer a nadie, entonces se asociarían voluntariamente en pro del interés común. AA es una asociación del tipo benigno que él imaginó».

-Bill Wilson, cofundador de Alcohólicos Anónimos, en «Anarquía Benigna y Democracia»

El «idealista» en cuestión era Kropotkin.

Alcohólicos Anónimos puede parecer un caso atípico en comparación con las organizaciones de ayuda mutua más recientes. Pero, en todo caso, son los proyectos más recientes los que se han alejado del espíritu original de las sociedades de ayuda mutua. Al igual que las cooperativas de trabajadores del siglo XIX, Alcohólicos Anónimos convierte a cada participante en protagonista. Los que tienen el problema son los mismos que tienen la solución.

Alcohólicos Anónimos también es instructiva en otros aspectos. En lugar de exigir que las personas participantes tengan un historial intachable, parte de la premisa de que las personas pueden cambiar, planteando la ayuda mutua como un medio que les permite mejorar. Esto es significativo en nuestra época, en la que -gracias a las redes sociales y a la economía neoliberal que la conformó- estamos acostumbrados a pensar que los seres humanos son reemplazables. Hoy en día, todo el mundo está continuamente solicitando, en cada interacción, empleo, estatus, relaciones y atención, todo lo cual puede, a la primera señal de fricción, ser arrebatado y dado a otro contendiente.

A diferencia del dinero, el alcance en las redes sociales o un currículum, las relaciones que construimos a través de la ayuda mutua no son fungibles; no se puede comerciar con ellas. Para que merezca la pena construirlas, estas relaciones deben ser más duraderas y fiables que cualquier otra cosa que pueda ofrecer el mercado. Tenemos que vernos a nosotros mismos y a los demás como algo mejorable e insustituible. En lugar de evaluarnos continuamente unos a otros para ver quién merece nuestro apoyo y quién no, debemos partir de la premisa de que nos proponemos crear un contexto mutuamente beneficioso en el que podamos crecer juntos y establecer conexiones a largo plazo.

Cuanta más gente participe seriamente en una red de ayuda mutua, mejor para todas las personas participantes. La ayuda mutua no debe ser un honor reservado a las personas más meritorias, sino una práctica transformadora y contagiosa que permita a las personas identificarse entre sí y concebir el bienestar en términos colectivos.

Del increíble libro de Seth Tobocman War in the Neighborhood.


Lo social es lo material

En los debates sobre ayuda mutua, a menudo oímos una dicotomía entre satisfacer necesidades «materiales» y otros tipos de actividad. Algunos dicen que lo importante es atender las necesidades materiales de la gente, en lugar de dedicarse a la divulgación política o al entretenimiento; otros argumentan que centrarse en la ayuda mutua es una pérdida de tiempo, porque no es suficientemente confrontativa, o porque no construye cuadros políticos disciplinados con una conciencia compartida3.

De hecho, las fronteras entre estas categorías son difusas. La música, los espacios sociales y las conexiones, las formas de entender el mundo y de hablar de lo que importa, todo ello es esencial. La gente necesita la alegría, la intimidad y el significado tanto como la comida y el cobijo, y a menudo optan por prescindir de las comodidades materiales para conseguirlos. Sólo es posible olvidar esto en medio del materialismo más vulgar.

No es una idea nueva. No vivirás sólo de pan.

Si nos centramos únicamente en proporcionar alimentos y bienes materiales sin fomentar también un contexto social y político vibrante que sea rico en conexiones, atención e ideas, los participantes en nuestros proyectos buscarán satisfacer sus otras necesidades en otra parte, por ejemplo, en iglesias, partidos políticos autoritarios o escenas sociales «apolíticas». Una concentración limitada en los aspectos supuestamente «materiales» de la ayuda mutua pasa por alto lo que realmente está en juego en todas nuestras relaciones.

Lo que cuenta no es sólo el acceso a lo esencial, sino lo que significa acceder a ello. Un festín en el que todas las personas participantes desempeñan un papel y comen hasta saciarse significa Todas formamos parte de esta comunidad. Recibir un sueldo con el que se puede pagar el alquiler y la comida envía un mensaje diferente: «Las horas que has sacrificado te han valido, y sólo a ti, el derecho a sobrevivir un mes más. Al menos, esta vez».

Los y las revolucionarias que nos precedieron imaginaron el triunfo del movimiento obrero como una alegre fiesta colectiva. Diseño de Walter Crane para el Primero de Mayo de 1891.


El cambio desde abajo

Así pues, la ayuda mutua no es una distracción del proyecto de cambiar el mundo; es un aspecto fundamental para cambiar el mundo, del mismo modo que cambiar el mundo es necesario si queremos ampliar el alcance de la ayuda mutua. Además, la idea de la ayuda mutua implica un modelo de cambio social estructuralmente diferente del que proponen marxistas-leninistas y otras personas autoritarias.

Cuando aquellas personas autoritarias hablan de «apoderarse de los medios de producción», quieren decir que una organización burocrática de arriba abajo debe apoderarse del control de los lugares de trabajo y determinar lo que ocurre en ellos. En otras palabras, pretenden que sus propios dirigentes tomen decisiones por las personas trabajadoras del mismo modo que lo hacen los patronos, sólo que esta vez, supuestamente, teniendo en cuenta los intereses de las personas trabajadoras.

El marco autoritario plantea varios problemas. Uno de ellos es que, aunque los líderes tengan realmente buenas intenciones, es poco probable que consigan tomar decisiones beneficiosas en nombre de las demás personas. La mejor forma de garantizar que las decisiones representen los intereses de aquellas personas a las que afectan es asegurarse de que quienes toman las decisiones son las personas que se ven inmediatamente afectadas. Cuanto más ampliamente se distribuya la agencia, más probable será que el resultado de la toma de decisiones responda a las necesidades del mayor número de personas. Esto es simplemente una cuestión de distribución de la información: se trata de minimizar los grados de alienación entre las personas que son conscientes de un problema dado y las que pueden actuar para abordarlo.

La inteligencia no es algo que se concentre en la cabeza de un solo genio; no es una cualidad estática que pueda medirse aisladamente. Es una propiedad de las redes; surge en las relaciones. Cuanto más libremente fluya la información entre los distintos puntos de vista de una red y cuanto más inmediatamente puedan actuar sobre ella las personas participantes en la red, más inteligente se comportará esa red.

En contraste con el modelo autoritario de cambio social, la propuesta antiautoritaria es que establezcamos formas horizontales y descentralizadas de organización de base que pongan el poder de decisión en manos de quienes se ven más inmediatamente afectados por las decisiones. En lugar de estructuras de arriba abajo, esto significa fomentar redes rizomáticas de ayuda mutua según modelos reproducibles. Sin las privaciones y presiones impuestas por la policía y los derechos de propiedad, la gente gravitará de forma natural hacia las redes que satisfagan sus necesidades con mayor eficacia y de la manera más alegre y satisfactoria.

Si lo que pretendemos es la liberación y no el autoritarismo, establecer proyectos de ayuda mutua que puedan satisfacer las necesidades materiales no es una distracción del proyecto de descentralizar el poder y el acceso a los recursos. Por el contrario, es una parte esencial del desarrollo y la propagación de las prácticas a través de las cuales la gente puede participar en ese proyecto. Algunas llaman a esto «construir el nuevo mundo en la cáscara del viejo».

Esto también significa que la forma de estos proyectos de ayuda mutua importa: la dinámica que fomentan entre las personas es tan importante como los recursos que proporcionan. Si son unidireccionales, si sólo fomentan la acción de quienes se encuentran en el lado de la ecuación de la «provisión de recursos», no podrán plantar las semillas de una nueva forma de vida.

«El hecho es que la vida humana no es posible sin beneficiarse del trabajo de los demás, y que sólo hay dos maneras de hacerlo: o bien mediante una asociación fraternal, igualitaria y libertaria, en la que la solidaridad, consciente y libremente expresada, una a toda la humanidad; o bien mediante la lucha de unas personas contra otras, en la que las personas vencedoras anulan, oprimen y explotan al resto.

«Queremos lograr una sociedad en la que los seres humanos se consideren hermanas y hermanos[sic] y mediante el apoyo mutuo alcancen el mayor bienestar y libertad, así como el desarrollo físico e intelectual para todas las personas.»

Ayuda Mutua» (1909), Errico Malatesta

Del libro de Seth Tobocman War in the Neighborhood.


La ayuda mutua significa resistencia

Resumiendo: si queremos sacar el máximo partido de la ayuda mutua, deberíamos crear bienes comunes participativos en los que todo el mundo pueda contribuir fácilmente y no haya una división fundamental entre las personas organizadoras y las beneficiarias.

En el Mercado Realmente Libre, cientos de personas de toda condición se reúnen cada mes para intercambiar recursos. Nadie lleva la cuenta de quién aporta qué. Incluso las personas participantes que tienen muy poco acceso a los recursos traen cosas. Los y las anarquistas montan las mesas y mantienen una página en las redes sociales, pero la inmensa mayoría de los bienes que cambian de manos proceden de las personas participantes de a pie. La mayoría de las personas participantes no se identifican como anarquistas, pero saben que participan en un modelo económico anarquista a través del cual satisfacen las necesidades de los demás. Por todas partes cuelgan pancartas anarquistas en las que se expresan las implicaciones políticas de este tipo de reparto y se declara que podrían organizarse así más aspectos de nuestras vidas.

Los grupos de afinidad individuales o las organizaciones pueden desempeñar un papel crucial en actividades como ésta, por ejemplo, anunciándolas y promoviéndolas y construyendo infraestructuras para mantenerlas. Pero la mejor forma de evaluar la eficacia de esas contribuciones es preguntarse hasta qué punto esos esfuerzos crean una situación en la que otros pueden establecer una relación más sólida con su propia participación. Si los organizadores crean un cuello de botella para la toma de decisiones y la acción, reduciendo a las demás personas a la pasividad, eso no hará avanzar el proyecto de ayuda mutua y liberación.

Si tu proyecto de ayuda mutua no está creando el tipo de conexiones sociales, conciencia política e impulso colectivo que nos hará avanzar hacia un cambio social revolucionario, el problema no está en la ayuda mutua en sí. El problema está en tu proyecto.

Cuando la gente habla de «tomarse en serio» la ayuda mutua, suele referirse a la creación de una organización oficial sin ánimo de lucro. Este reflejo plantea varios problemas4 A largo plazo, la prestación unidireccional de servicios movilizará menos recursos que los esfuerzos colectivos en los que todo el mundo participa; no queremos construir sistemas clientelistas que dependan de donantes ricos, sino relaciones simbióticas basadas en la solidaridad. Las organizaciones formales no pueden llevar a cabo ocupaciones, expropiar recursos o violar normativas; sin embargo, la propiedad privada y el control burocrático son precisamente los mayores obstáculos para redistribuir recursos a gran escala. En lugar de grandes cantidades de donaciones, deberíamos tratar de movilizar a un gran número de participantes, al tiempo que tratamos de ampliar los horizontes de lo que nos sentimos con derecho a hacer para cuidar unas de otras.

El movimiento okupa mundial de la generación anterior, que sigue prosperando en Brasil y en muchos otros lugares, sigue siendo un ejemplo inspirador de lo que puede ser apoderarse de recursos privatizados y transformarlos en poder colectivo. Las formas más poderosas de ayuda mutua son las que nos permiten rebelarnos juntas, dar pasos hacia la creación de un mundo completamente diferente.

Una economía del obsequio contagiosa con capacidad ofensiva e impulso hacia la construcción de un modo de vida completamente diferente. Un procomún combativo que atrae cada vez más recursos, llegando a ser irresistible incluso para sus enemigos. Esta es la verdadera promesa de la ayuda mutua.

Que la Tierra vuelva a ser un tesoro común para todas las personas.

Mi liberación, mi deleite, mi mundo mismo comienza donde comienza el tuyo. Nadie puede exigir mis servicios porque yo, por mí mismo, me he comprometido a darlo todo, y a darlo libremente, porque ésa es la única manera de dar.

-Espera Resistencia

Ayuda mutua significa participativa, horizontal, descentralizada y potenciadora. Obra de Jesse Lee.


Encarcelado en el Fuerte de Taureau, Louis Auguste Blanqui se consuela sabiendo que, en algún lugar al otro lado del océano, el aire que exhala es respirado a su vez por los árboles de la selva brasileña, por sus camaradas exiliados en Londres, incluso por los funcionarios que ordenaron su detención, a pesar de su vendetta contra el compartimiento. Se recuerda a sí mismo que la misma agua que sus captores le racionan en un vaso se estrella en grandes olas contra las paredes del fuerte, que a lo largo de cientos de millones de años, cada gota de esa agua ha pasado por innumerables seres vivos, viajando por el cielo y volviendo a la tierra una y otra vez. El propio lenguaje con el que formula y registra estos reconfortantes pensamientos ha sido moldeado y refinado por cien mil millones de lenguas en un esfuerzo colectivo que se remonta a los albores de la humanidad. La colectividad es inevitable, inerradicable. Con el tiempo, triunfará sobre el error temporal de la avaricia.


Traducido por A Planeta.

  1. En lugar de los bienes comunes, los liberales promueven las instituciones estatales. Esto da al Estado -la estructura que presidió el recinto original de los comunes- una coartada para controlar los recursos y regular la actividad con el fin de evitar la «tragedia de los comunes». De hecho, la tragedia de los bienes comunes consiste simplemente en que, dondequiera que haya un recurso compartido que no esté disponible en el mercado, los especuladores y los políticos siempre intentarán imponer su control o suplantarlo por un duplicado, y una vez que lo consigan, es sólo cuestión de tiempo que el recurso se privatice o se convierta en mercancía. 

  2. Los argumentos de que la gente no se rebelará hasta que las cosas estén «lo suficientemente mal» -por lo que la ayuda mutua es un obstáculo para la revolución- o que los esfuerzos de ayuda mutua dan al Estado una coartada para las medidas de austeridad para que las autoridades puedan recortar los servicios sociales con el entendimiento de que los programas de voluntariado se harán cargo de la carga. En cuanto al primer argumento, no es el sufrimiento en sí lo que impulsa a la gente a rebelarse, sino la comprensión de que el sufrimiento es innecesario, de que se puede hacer algo al respecto. En cuanto al segundo argumento, a raíz de la pandemia de COVID-19, debería quedar claro que los gobiernos están dispuestos a permitir que muera un gran número de personas sin mover un dedo, así que si no queremos arriesgarnos a estar entre las personas fallecidas, tenemos que establecer lo que las Panteras Negras llamaban «programas de supervivencia a la espera de la revolución.» 

  3. Por ahora, dejaremos de lado la probabilidad de que, bajo Donald Trump, las organizaciones sin ánimo de lucro se enfrenten probablemente a más y más desafíos burocráticos, pero también vale la pena considerar que cuanto más dependan nuestros proyectos del orden existente, más difícil será utilizarlos contra él. 

  4. Es quijotesco imaginar que podríamos de alguna manera gestionar nuestra supervivencia en una sociedad insostenible y opresiva de forma sostenible e igualitaria. Incluso en una situación revolucionaria, no deberíamos esperar poder apoderarnos de la cadena de suministro existente y utilizarla para satisfacer las necesidades de todos sin realizar cambios más profundos. Lo mismo ocurre con los deseos y valores producidos socialmente por el orden existente: no deberíamos dar por sentado que lo que podemos imaginar desde este punto de vista, enredadas como estamos en una sociedad basada en la opresión y la imposición de la escasez artificial, representa todo lo que puede haber en la vida.